domingo, 31 de marzo de 2013

ADNs

De todos los temas varios sobre los que he escrito hay uno (me he dado cuenta) que nunca he tocado. Me apena porque parece como si no me importase, como si no fuera una parte fundamental y esencial de mí misma. Hablo de todo, incluso de lo que no sé demasiado pero para los sentimientos soy un ser nulo, no sé qué hacer con ellos, cómo manejarlos, dónde ponerlos, cómo mostrarlos...

Nunca he hablado de mis ADNs. Nunca he dado las gracias por ellos. Es una deuda que tengo pendiente. Y no me gusta andar debiendo por ahí...



De las montañas. La fuerza y la constancia que hacían a aquellos hombres y mujeres duros como las mismas rocas que los rodeaban. Nunca flaqueaban porque no podían permitirselo, no había tiempo: estaban demasiado ocupados en poder sobrevivir.
 La creatividad de un carpintero idealista e inquieto. El desparpajo de una "matrona" a la que la habían cualificado únicamente las decenas de partos a los que había asistido, sus hábiles manos y su conocimiento sobre las plantas del valle (que por desgracia he perdido). Una joven viuda con demasiadas bocas que alimentar y el coraje necesario para hacerlo (no siempre desde los métodos más ortodoxos) en una época en la que ser mujer, madre, de pueblo y sin recursos eran como ser una apestada en los tiempos de enfermedad. Su famosa frase de "pobres y delicados, difícil tarea" (poco más o menos) aún perdura hasta hoy en el argot familiar. También su obsesión con los rezos y los curas. Rezó tanto (supongo que por aferrarse a algo que le diera esperanza) que aunque 4 ó 5 generaciones de su linaje no cumplan con los mandatos católicos estaremos igualmente salvados gracias a ella...Un marido que se murió demasiado joven y que enfermó demasiado pronto. No guardo demasiados recuerdos. Sólo un afán viajero que lo llevó a Argentina desde su pequeño pueblo en la primera mitad del siglo.

De las otras montañas con olor a mar y a "allende los mares" sólo me queda la imagen de mujeres. Matriarcas orondas que hacían desaparecer con su carisma a sus propios maridos. Siempre me los imagino muy pequeños a su lado. De hecho, caigo en la cuenta ahora, de que no sé apenas nada de esos hombres. Sólo sus nombres y alguna vieja foto de uno de ellos. Forjaron un pueblo y una familia. Descendientes que se perdieron en varios continentes. Mujeres de campo, que se criaron viendo el mar a lo lejos y hablando una lengua con la que parecían cantar constantemente. Mujeres risueñas a pesar de su fuerza y del trabajo duro.Tal vez fuera el mar la que las hacía menos hurañas que a las otras. Una de ellas trajo al mundo a nada más y a nada menos que a 20 hijos. Nunca consiguió tenerlos a todos sentados a la mesa al mismo tiempo. A mí misma me cuesta recordar todos sus nombres y su orden cronológico.

Y en este punto llegamos a épocas más recientes. Más conocidas. Vividas.

De Pepe: la "bondaz enfermiza" que antepone a los demás antes que a uno mismo y que no siempre acaba con el resultado esperado. El pronto fácil, que a una sonrisa se me olvida, pero que me hace saltar como si tuviera resortes.

De María, los "cálculos" sopesando todas las opciones, buscando caminos, atajos favorables, midiendo recursos. La memoria de lo antiguo, las viejas historias, las tradiciones...

De Santiago: Supongo que la tozudez. Pero sobre todo el humor, reirse de mundo, de los demás, de uno mismo, de lo malo, de lo bueno...

De Rosario: Me hubiera gustado decir que la calma y la tranquilidad con la que se tomaba la vida y la manera tan sencilla cómo lo afrontaba todo, dejandose fluir. Pero no puedo mentir. Ella me inculcó el amor a la comida, a la cocina. La sencillez como arte. Cuando ando entre fogones, anda a mi lado, soplándome los trucos al oído.

De mi madre. El esfuerzo y la constancia. Aunque tengas que intentarlo mil veces, hazlo porque al final el trabajo y el esfuerzo darán sus frutos. A veces sí y otras veces no (pero esto no me lo dijo) y me quedé sólo con la esencia. Pero fundamentalmente el amor. Un amor desmedido que lo abarca todo; incluso aunque trates de resistirte. Y el sacrificio. Fundamental para esto tiempos que corren. Aunque nunca me lo pareció.

De mi padre. El amor a la lectura, a descubrir, a investigar, a desentrañar misterios, a viajar, a mezclarme, a tener una mente abierta, a comprender, a pensar, a argumentar. Sobre todo, la coherencia. Y en contrapartida, la organización y planificación, que él aborrece y que gracias a ello, yo adoro.

De aquí parto, de aquí nazco... así soy. Así debo ser.

Lo demás, me lo fuí encontrando.

sábado, 30 de marzo de 2013

UN DOMINGO CUALQUIERA EN UNA BIBLIOTECA ¿DE KIGALI?

He retornado a mi vieja biblioteca. Hacía años que no la visitaba. De hecho, ni siquiera sabía que mi carnet seguía en regla. Volví a pasear entre sus estanterías, oliendo el familiar olor que me recordó a no pocos viernes, en la época en la que me escondía del mundo (o el mundo se escondía de mí).

Como siempre, me sorprendió una "joya" con la que no contaba.

Estoy en mi época de francofilia así que me fuí directamente al pasillo "francés", buscando algo de algún escritor africano (como es mi línea últimamente).

"Un domingo en la piscina en Kigali" llamó de repente mi atención. Era un libro pequeño, de unas 200 páginas y hablaba del país vecino. Me sorprendió que su autor fuera un canadiense y encima blanco. Un tal Gil Courtemanche del que nunca había oído ni una sola palabra. Periodista experto en política internacional, corresponsal en distintos países de Oriente Medio y África. Ésta era su primera novela, decía la contraportada.
 Aparecía una foto suya en cuatro encuadres superpuestos. Me impresionó su cara surcada de arrugas, como hechas a pico y pala. Sus ojos. Un rictus raro en la boca. Me pareció que tenía cara de bonachón, a pesar de ser canadiense, blanco, escritor y residente en Kigali (eternos enemigos). Tenía una cierta actitud de cansancio, de esto que ves es lo que hay, te guste o no.
Decidí llevármelo. Hablaba del genocidio del 94, de amor, de la verdad mezclada con demasiada poca ficción (como descubrí más tarde).



Me costó. Debo confesarlo. A veces no era capaz de leer más que dos páginas al día. Otras necesitaba parar, asomarme a la ventana para respirar y tragarme todas las arcadas que me producían sus palabras. No logré quitarme ni un solo momento la enorme bola de angustia que se formó en mi barriga. De repente, cuando no leía, me venían a la cabeza decenas de imágenes,dd ya podía estar duchándome, conduciendo, cocinando, trabajando, hablando con alguien, riendo...Me bombardeaban los colores y las imágenes. No era  que yo las hubiese imaginado a medida que iba leyendo sino que eran imágenes reales, que nunca quiero ver pero que siempre se cuelan por algún resquicio para obligarme a saber, a ser plenamente consciente de que mi minimisa lucha debe seguir aunque no cambie nada, aunque a nadie le importe. A parte del horror evidente, encontré la esperanza. Mi lucha no vale nada, lo sé. Pero también sé que hay otras luchas como la mía. Y se suman más y más. De forma individual. De David contra Goliat. Contar la verdad. Hablar. No callar aunque los vómitos me puedan, aunque el asco se apodere de mí. Hablar de los muertos, de los sentenciados, de las imágenes que no quiero/queremos ver. Pero sobre todo hablar de los vivos. Del por qué. Del quién. Con miedo. Sin él. Porque mi angustia no llega a ser ni siquiera del tamaño de una gota de agua en comparación con cada uno de sus días, de sus vidas...Porque yo no cuento. Pero mi pequeña voz sí. Cada vez que alguien escucha, que alguien descubre...
El cruzar ciertas fronteras duele, arrasa, marca. Atravesar ésta lo hizo pero me reafirmó aún más. Me dio más miedo y más esperanza. Me dio aún más fuerza.


"¡Qué idiota soy! Es necesario que haya diez mil muertos africanos para que un blanco, por progresista que sea, pestañee. Ni siquiera diez mil es suficiente. Y además no son muertes hermosas sino de las que avergüenzan a la humanidad. No se enseñan los cadáveres despedazados por los hombres y comidos por los carroñeros y los perros salvajes. Pero las tristes víctimas de la sequía, los vientres hinchados, los ojos más grandes que la pantalla, los niños trágicos de la hambruna y de los elementos, eso sí puede conmoverlos. Y entonces se forman comités, y los humanitarios actúan y se movilizan. Afluyen los donativos. Los niños ricos, animados por sus padres, rompen la hucha. Los gobiernos, al percibir cómo sopla el viento cálido de la solidaridad popular, se embrollan hablando de ayuda humanitaria. Pero cuando son hombres como nosotros los que matan a otros hombres como nosotros y lo hacen con toda la brutalidad de la que son capaces, con los medios a su alcance, entonces se ponen una venda en los ojos. Y cuando son hombres inútiles, como estos de aquí...."