viernes, 6 de julio de 2012

EL OTRO ORIGEN


Hoy va de olores (pero no malos).

El olor a hierba cortada y secándose al sol siempre me recuerda al verano, a mis veranos...

Me vuelve a cuando era una niña y no tan niña. Tantos recuerdos, tantas experimentaciones, tantas personas...: el primer cacharro, el primer beso, la primera excursión, los primeros juegos, las primeras conciencias, los primeros bailes, las primeras libertades, los primeros fracasos, las primeras peleas, los primeros amaneceres, las primeras estrellas... Tantas cosas que viví allí por primera vez y que luego fuí desarrollando hasta ser cómo soy, hasta ser quién soy ahora.

En mi cabeza todo se presenta como una sucesión de recuerdos idílicos (muchos de los cuales seguro que no me lo parecieron tanto en su momento). Hasta los malos me hacen gracia ahora.

De fondo hay un montón de bandas sonoras que nos fueron acompañando y que ahora me avergüenzo de nombrar. Cada verano tenía una, dependiendo del grupo de moda del momento y a cada paso, en cada casa, del principio al final del pueblo, podías ir escuchandola. Cada canción nos recordaba algo que nos había pasado aquel año o, incluso echándole imaginación, el anterior. 

No parabamos de hablar - nos quitabamos el turno unos a otros - y tampoco parabamos de reír o de llorar. Todo a lo grande. Si nos hacía gracia nos lo hacía a todos y si a uno le daban ganas de llorar, los demás ibamos cayendo poco a poco.
Los odios eran eternos con aquella mítica frase de "no será ni hoy ni mañana ni quizá el mes que viene o dentro de un año...pero me vengaré" y la pasión en todo lo que hacíamos era igual. Si alquien te gustaba parecía que habías encontrado ya al amor de tu vida y que  no pasarías de aquel verano si él/ella no te hacía caso. 

Luego empezamos con lo divino y lo humano, tratando de arreglar el mundo desde aquel "micro- universo" en el que estabamos metidos. Empezaron los primeros posicionamientos y debates que hubieran puesto los pelos de punta a más de uno y de dos. Eran apasionados.

Y luego estaban los sitios. Cada lugar tenía su función concreta: el pórtico de la iglesia del pueblo de al lado era como la revista "Hola" de los amoríos varios (que cada año cambiaban y había que actualizar) (qué pena! cuando ví que lo habían pintado y ya casi ni se notaban nuestros nombres), el puente - míticas y famosas piedras de las que siempre decíamos: "si estas piedras hablaran.."- que nos acogieron durante muchas noches, que resguardaron muchas confidencias y que aún hoy, al sentarme en ellas, me dan la sensación de "hogar" que me dieron entonces, el pórtico de la iglesia de nuestro pueblo (que si tambien decidiera hablar rompería alguno de sus cimientos) que era el resguardo a miradas indiscretas o la torre vigía, según la ocasión lo mereciese, los caminos a lo Harrison Ford en los que nos adentrabamos como verdaderos exploradores y de los que salíamos jurando que nunca más volveríamos (hasta el año siguiente), el camino viejo con sus árboles enlazados por los que casi no se atrevía a pasar ni la luz, las excursiones hacia todas y ninguna parte a lo aventurero (siempre había alguna anécdota que contar), el albergue, la Casona, las cartas y aquel escondite extraño al que jugábamos, las fiestas de "prao", la "piscina" o "zona de baños" (como se llamó más adelante) que lo mismo servía para bañarse, para vengarse (tirando al agua a algún incauto), para fumar a escondidas, para pasar la tarde op de picadero en fiestas de guardar (jejeje)....

Pero sobre todo, las montañas. Dominando todos y cada uno de nuestros actos. A veces parecía que iban a cobrar vida y soltar alguna frase lapidaria, dejando a la vista sus enormes dientes de piedra. Parecían guardianes de nuestras existencias, siempre protegiendonos de todo mal (aunque inevitablemente no siempre lo consiguieran).

Hoy sigo volviendo allí, a esos veranos irresponsables con ciertos olores, con ciertas canciones, con ciertas palabras pero cada sitio ya representa otra cosa y la única banda sonora que queda es el "veinte de abril" de Celtas Cortos. Lo único imperturbable y que sigue tratando de guardar lo que hubo, lo que hay y lo que habrá son las gigantescas montañas. Es el resto que queda...

EL ORIGEN


Ayer eran las palabras y hoy le toca el turno a los acentos...

Me volvieron al Origen, como en una teletransportación.

De repente, allí estaba de nuevo. Recordando como era entonces y olvidando como es ahora; porque lo de ahora ya no forma parte de mis recuerdos, no me dice nada.

El Origen sólo tiene dos casas y está en medio de todas y ninguna parte. Nunca lo encontrábamos en los mapas y la última vez incluso se me había olvidado el camino. 

Recuerdo que me parecía toda una aventura llegar hasta allí. Se veía el mundo desde arriba, con una prudente distancia. Y el mar. A lo lejos. Lo demás lo tapaban los árboles y el maíz. Los maizales se extendían hasta tocar el azul.

LLegar era hacer que el tiempo se detuviese. Entrar en otra dimensión, en otra época. Ser otra, ser yo. Volver a hablar como si cantase, haciendo mecerse las palabras en mi boca, saboreándolas. Y también era el tiempo de los abrazos, de los besos, de las risas y las grandes comilonas en torno a la mesa de aquella cocina que, en aquel momento, representaba todo mi mundo. Parecía que el mundo se regía desde allí.

Recuerdo mujeres, muchas. Siempre atareadas, moviendose de un lado a otro, todas a la vez, nunca paradas. Siempre riendo, contandose confidencias, gastandose bromas, cocinando.. LLegó a haber dentro de aquella cocina hasta cuatro generaciones de mujeres y lo curioso era que todas tenían su espacio, ninguna sobraba, ninguna molestaba. Todas eran complementarias unas de otras.Recuerdo como se tapaban la boca al reirse. Y los perros, dormitando debajo de los bancos. Siempre había perros. Muchas veces ni siquiera se sabía que estaban allí, como si fuesen silenciosos guardianes de los secretos y cotidianidades de aquella mundo - cocina.
También había café. A mi madre no le gustaba. Era la única. Aunque realmente ella no pertenecía del todo a aquel lugar. EL café parecía brotar por todas partes. Siempre había una cafetera caliente encima de la mesa. ¿Cuántos sitios tendría aquella mesa?. No lo sé. Nunca me dio por contarlos porque nunca pensé que fuese a necesitar algún día ese dato para completar mis recuerdos.
Lo del café parecía una especie de ritual. Nunca nadie preguntaba a los demás si lo querían, si les gustaba... De repente, alguien lo hacía, lo ponía encima de la mesa y sacaba los pocillos. Éstos sí los recuerdo. Eran metálicos, muy gordos y sin asas. Con sus platos, también metálicos, a juego. No sé quién los había traído, dónde los habían comprado pero siempre estuvieron allí (o al menos, desde que yo tuve uso de razón). Nunca los volví a ver en ningún otro sitio, por más que buscara. Los recuerdo porque podías ver su reflejo en ellos y depende de la posición te hacías muy muy delgado o muy muy gordo. Yo tampoco tomaba aún café. Ahora estoy a medias entre ellas y mi madre. Soy la única que lo toma mezclado con leche. A la hora del café todo se paraba. La gente (ahora sí que recuerdo también a los hombres) llegaba desde cualquier sitio de la casa o de la tierra, como si el sólo olor de aquel café negro y bien cargado lo convocase. No recuerdo tener que ir a buscar a nadie. De repente, aparecían y se sentaban a lo larga de aquella mesa, que entonces me parecía inmensa, y tomaban sus cafés. Después todos volvían a lo que estuvieran haciendo. La vida continuaba... Se volvía a hacer otra cafetera y hasta el siguiente descanso.

Las noches eran eternas fiestas. Nunca se salía de la casa, una vez que hubiera oscurecido. La oscuridad se cerraba en torno a la casa y el silencio exterior me daba miedo. Pero ¿para qué salir?. Era entonces cuando todos se buscaban un sitio en bancos y banquetas, a la luz de aquella sóla bombilla que alumbraba por mil (o a mí me lo parecía), y empezaban los recuerdos, la voz de unos, de otras... Y aquel acento cantarín. "¿Te acuerdas aquella vez...?" "¿Conocías tú a...?" Y empezaban las historias. Algunas las recuerdo, otras se han ido desvirtuando: como la de un hombre  de un pueblo cercano, amigo de los abuelos en su juventud, que tenía la ilusión de comprarse una lavadora y no tenía (no sé si porque no quería o porque no podía) electricidad. Se compró el hombre la lavadora y alí se quedó, en la entrada de su casa, para que las visitas la vieran y supieran que él también tenía lavadora, o el matrimonio de la miel al que el hijo se les había muerto en un accidente de tráfico y guardaban en el jardín de su casa el coche encima de unas maderas, ya sin ruedas, como un homenaje a la memoria del chico muerto, o la de cuando fueron a robar manzanas a los terrenos de un vecino y tuvieron que salir huyendo, o de cuando cortejaban y de las romerías y la de aquel criado que vestía con un saco y tenía guardado más dinero que su señor o la del hombre del saco o de la familia que había tenido que irse a la Argentina o de los montes que ésta o aquella familia tenía en propiedad... Siempre oigo ecos de risas en mi memoria, hasta las lágrimas reíamos. Incluso en los entierros (y esto es una particularidad familiar, lo acepto). Siempre buscabamos al mismo tío porque hacía los mejores chistes y el ambiente acababa siendo más festivo que triste. Las historias del muerto, sus anécdotas. Incluso la viuda o el viudo tenían que disimular una sonrisilla inapropiada para el momento...

Y el silencio. También recuerdo el silencio. La última vez, al bajar del coche, me dio un gran bofetón. Lo había olvidado. Creo que ya dije que es como bajarse de un mundo para subirse en otro. Parece que nada se mueve, que nada respira y sin embargo, es uno de los lugares en los que más siento la vida. Está por todas partes: en la vegetación, en los animales, en el agua, en la tierra, en los seres humanos...Hay tanto silencio que creo que si se escucha muy atentamente se oye crecer la hierba.

Para un niño aquello era algo parecido al paraíso. Campos inmensos para correr, animales para jugar, aire puro, tierra, mucha tierra y mar, a lo lejos. Siempre había algo que hacer: las carreras de conejos, el tobogán de hierba seca en el pajar, vacas con las que experimentar poniendoles música porque a alguno de nosotros le habían dicho en el colegio que así daban más leche, caballos para montar a pelo,maizales en los que jugar al escondite, motos en las que huir a ninguna parte... No había bicicletas. Nunca - me doy cuenta ahora - las eché de menos. Y la vieja canasta en el pasillo. Tampoco recuerdo que tuviesemos juguetes ni siquiera un balón de fútbol. Lo gracioso es que nunca los necesitamos.

Tantas cosa que vinieron a mi cabeza... Tanta gente... 

De repente dejé de oirlo. Ya quedaban lejos de nosotros y apenas se las oía. También eran mujeres, como las de mi infancia. Dí la vuelta para encontrar un parecido. Sólo su voz, no quedaba nada más.

lunes, 2 de julio de 2012

NO ENTIENDO DE FÚTBOL


Alguien me dijo una vez que "el fútbol es como la religión: o crees o no crees pero es inútil tratar de entenderlo".
Tal vez sea así, y debido a mi carencia del "gen religioso", no soy capaz tampoco de entender el fútbol. Bueno, no el juego sino lo que representa para mucha gente.
Esa alegría efímera que hace subir la adrenalina y que hace que todos se sientan parte del mismo equipo. Que un país se paralice. Que acaparen hoy más portadas en los medios que lo que es realmente "real". La verdad es que no soy capaz de entenderlo.
Confieso que yo también ví el partido. Me hizo incluso ilusión que España ganara pero cuando apagué la tele apagué también la alegría que sentí y no volví a pensar en ello hasta la avalancha de hoy.
Es curioso. Esta mañana, por los cortes mineros en la carretera que tengo que usar para ir al trabajo, estuve "retenida" entre barricadas como una hora y media. Había mucho "género masculino" también atrapado allí. Todos íbamos a llegar tarde al trabajo y a muchos nos descontarían esas horas... Pero no se hablaba de eso en los grupillos que se iban formando en torno a la barricada sino...¡de fútbol!.
La gente no sale a manifestar su malestar por los recortes y las pérdida de derechos sociales, sanitarios, laborales que estamos sufriendo pero el fútbol es capaz de movilizar a toda esa masa de personas y a muchas más. La gente no se corta de salir, gritar y mostrar su alegría, no le importa ir sin dormir a trabajar, ni esperar colas, ni verse atrapado en grandes aglomeraciones... No tienen vergüenza en mostrar sus lágrimas de alegría (o de pena, en el caso de perder) delante de los demás, de las cámaras de televisión... Es como si sintieran que les va la vida en cada partido. Deben de sentirlo de verdad.
Me acongoja ver a hombres hechos y derechos, rotos por la pena de que su equipo pierda ... o gane...


Pero que no tienen el mismo coraje de salir a defender lo suyo...
Soy incapaz de entender, por más que lo intento,  que un país se pueda llegar a paralizar por el fútbol. A un presidente que no es capaz de salir a la palestra a informar de lo que está pasando a sus ciudadanos (para tranquilizarlos o intranquilizarlos pero para que sepan a qué atenerse) pero se desplaza hasta Kiev a ver un partido de fútbol.
No pretendo hablar de moralinas ni de asemejar el fútbol de hoy con el "pan y circo" de los romanos pero lo cierto es que me lo recuerda un montón... Es como si la gente estuviera  dormida con respecto a lo demás pero que cuando de fútbol se trata despiertan como por extraño embrujo...
Tal vez el fútbol sea eso: un embrujo. Algunos lo padecen y otros somos inmunes. No debe tener ni antídoto.
Hoy sólo se escuchaba el orgullo de sentirse español y se veía reflejado en las miles de banderas de España que ondeaban. La gente se felicitaba, me felicitaba...
¿Debo enorgullecerme de ser española porque estos trabajadores del balón hayan ganado un campeonato?.¿Es mi país o mis conciudadanos, o incluso yo misma, mejor por esto?.
Pues la verdad es que yo me siento como ayer, ni más ni menos. Sólo confusa. Mucho más confusa. ¿Soy una anti-patriota por no tener ese sentimiento?.
Mi país se está yendo al garete, lo están llevando de la mano como a un crédulo niño hacia el precipicio donde están los caramelos inexistentes, me siento como si me dieran palmaditas en la espalda para acompañarme a la salida...No puedo estar orgullosa de mi país, de sus hijos, de sus dirigentes. ¿O acaso el que hayamos ganado la Eurocopa borra todo esto o lo arregla?.
Yo no entiendo de fútbol. La verdad es que no creo en él...