sábado, 30 de marzo de 2013

UN DOMINGO CUALQUIERA EN UNA BIBLIOTECA ¿DE KIGALI?

He retornado a mi vieja biblioteca. Hacía años que no la visitaba. De hecho, ni siquiera sabía que mi carnet seguía en regla. Volví a pasear entre sus estanterías, oliendo el familiar olor que me recordó a no pocos viernes, en la época en la que me escondía del mundo (o el mundo se escondía de mí).

Como siempre, me sorprendió una "joya" con la que no contaba.

Estoy en mi época de francofilia así que me fuí directamente al pasillo "francés", buscando algo de algún escritor africano (como es mi línea últimamente).

"Un domingo en la piscina en Kigali" llamó de repente mi atención. Era un libro pequeño, de unas 200 páginas y hablaba del país vecino. Me sorprendió que su autor fuera un canadiense y encima blanco. Un tal Gil Courtemanche del que nunca había oído ni una sola palabra. Periodista experto en política internacional, corresponsal en distintos países de Oriente Medio y África. Ésta era su primera novela, decía la contraportada.
 Aparecía una foto suya en cuatro encuadres superpuestos. Me impresionó su cara surcada de arrugas, como hechas a pico y pala. Sus ojos. Un rictus raro en la boca. Me pareció que tenía cara de bonachón, a pesar de ser canadiense, blanco, escritor y residente en Kigali (eternos enemigos). Tenía una cierta actitud de cansancio, de esto que ves es lo que hay, te guste o no.
Decidí llevármelo. Hablaba del genocidio del 94, de amor, de la verdad mezclada con demasiada poca ficción (como descubrí más tarde).



Me costó. Debo confesarlo. A veces no era capaz de leer más que dos páginas al día. Otras necesitaba parar, asomarme a la ventana para respirar y tragarme todas las arcadas que me producían sus palabras. No logré quitarme ni un solo momento la enorme bola de angustia que se formó en mi barriga. De repente, cuando no leía, me venían a la cabeza decenas de imágenes,dd ya podía estar duchándome, conduciendo, cocinando, trabajando, hablando con alguien, riendo...Me bombardeaban los colores y las imágenes. No era  que yo las hubiese imaginado a medida que iba leyendo sino que eran imágenes reales, que nunca quiero ver pero que siempre se cuelan por algún resquicio para obligarme a saber, a ser plenamente consciente de que mi minimisa lucha debe seguir aunque no cambie nada, aunque a nadie le importe. A parte del horror evidente, encontré la esperanza. Mi lucha no vale nada, lo sé. Pero también sé que hay otras luchas como la mía. Y se suman más y más. De forma individual. De David contra Goliat. Contar la verdad. Hablar. No callar aunque los vómitos me puedan, aunque el asco se apodere de mí. Hablar de los muertos, de los sentenciados, de las imágenes que no quiero/queremos ver. Pero sobre todo hablar de los vivos. Del por qué. Del quién. Con miedo. Sin él. Porque mi angustia no llega a ser ni siquiera del tamaño de una gota de agua en comparación con cada uno de sus días, de sus vidas...Porque yo no cuento. Pero mi pequeña voz sí. Cada vez que alguien escucha, que alguien descubre...
El cruzar ciertas fronteras duele, arrasa, marca. Atravesar ésta lo hizo pero me reafirmó aún más. Me dio más miedo y más esperanza. Me dio aún más fuerza.


"¡Qué idiota soy! Es necesario que haya diez mil muertos africanos para que un blanco, por progresista que sea, pestañee. Ni siquiera diez mil es suficiente. Y además no son muertes hermosas sino de las que avergüenzan a la humanidad. No se enseñan los cadáveres despedazados por los hombres y comidos por los carroñeros y los perros salvajes. Pero las tristes víctimas de la sequía, los vientres hinchados, los ojos más grandes que la pantalla, los niños trágicos de la hambruna y de los elementos, eso sí puede conmoverlos. Y entonces se forman comités, y los humanitarios actúan y se movilizan. Afluyen los donativos. Los niños ricos, animados por sus padres, rompen la hucha. Los gobiernos, al percibir cómo sopla el viento cálido de la solidaridad popular, se embrollan hablando de ayuda humanitaria. Pero cuando son hombres como nosotros los que matan a otros hombres como nosotros y lo hacen con toda la brutalidad de la que son capaces, con los medios a su alcance, entonces se ponen una venda en los ojos. Y cuando son hombres inútiles, como estos de aquí...."



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