Más que caminar, vago. O camino vagando.
A veces, cuando me doy cuenta, estoy en una calle que no me gusta, por la que no tenía intención alguna de ir. Doy media vuelta y retomo camino hacia ninguna parte, como si despertara de un letargo zombi que me hiciera ser consciente por un momento para luego volver a sumirme en él.
Nunca suelo tener un rumbo fijo pero las rutas son similares un día tras otro, con las pequeñas variantes que esta mini-ciudad permite. Casi siempre buscan el camino, acaban en el mar.
Me gusta porque me llena la cabeza de aire, de cielo, de sal y de agua. Y me la vacía de todo aquello en lo que no quiero pensar. Cuando algo me duele, me apena o me tortura lo borro de mi vocabulario, de mis palabras. No así puedo hacerlo de mi cabeza. La única forma, la única, es llenarla de todos esos olores, sabores y tactos que me da el caminar al lado del mar.
También hace que el tiempo pase, parándose en ese momento tranquilo y trasladándome a sitio seguro cuando todo ha pasado.
No sirve de nada esto que hago. Lo sé.
Todo sigue igual: ni mi cabeza se vacía ni hace que pasen los malo tiempos.
Pero sigo haciéndolo día tras día. Como una rutina a la que aferrarme, a falta de otras mejores.
Al menos, bajaré de peso ¿no?. Y puedo decir que soy una "vagamunda" con autorización de la RAE.
No hay comentarios:
Publicar un comentario