sábado, 23 de agosto de 2014

MENTIRIJILLAS DE SUPERVIVENCIA (O CÓMO INVENTARSE LA VIDA DESEADA EN MENOS DE 1 MINUTO)

Te acompañé al aeropuerto.

Mientras tomábamos un café en una taza inmensa con un contenido sin fin (siempre el mismo truco de los camareros de este "coqueto" aeropuerto; a pesar de que me habías hecho caso y los habías pedido pequeños, me dijiste) no paré de decirte que ojalá pudiera ir yo también en ese avión. Que estaba tentada a comprar un billete de ultimísima hora y volar sin equipaje. Lo dije en broma, claro. Pero te dio pena y me contestaste que el billete no había sido tan caro, como para animarme pero temiendo que hiciera una locura.

En toda esa hora de espera me imaginé que era yo la que me iba y que tú habías venido a acompañarme. Invirtiendo los papeles. Sentí la madeja de nervios en el estómago, como siempre que voy a pasar la frontera infranqueable de un aeropuerto. Sentí la ilusión del vuelo de ida y de lo que me encontraría al bajar. Imaginé las calles por las que caminaría y las mil cosas que aún me faltan por descubrir de esa ciudad y las otras mil que ya conozco y con las que pensaba  reencontrarme.

Te hablé de mi pastelería favorita. No recordaba la dirección exacta. Ya te la mandaría luego. Ví, como en un fogonazo, cuando la descubrimos aquel día, después de llevar horas de camino sin demasiado rumbo, haciendo nuestro mítico "tour del turista" con el que siempre nos premíabamos ,y el sabor de aquellos cruassants después no haber comido nada en todo el día...

Me preguntaste si quería que me trajeras algo. No - te dije. Porque no puedes traérmelo todo, pensé, y una sola cosa sería como una traición.

Ante aquella taza de café soñé que yo era la típica "exiliada voluntaria" que sólo había venido de vacaciones y volvía a mi nuevo hogar, a aquel donde había conseguido lo que aquí no había sido posible, a mi vida feliz, tranquila, llena de colores y olores y lenguajes nuevos... (aquí quizá me dejé llevar demasiado por la imaginación...). Soñé incluso que tu maleta no era tuya sino mía. Y me alegré de que, por una vez, fuese capaz de ir ligera de equipaje (uno de mis grandes retos a conseguir).

LLegó la hora del embarque. El momento de despertar de mi sueño y volver a la realidad. Yo me quedaba. Debía volver al coche (no sin antes pasar por la máquina de pago para poder salir de allí; lo que me hizo pensar que todo sueño tiene un peaje) y conducir aún unos cuantos kilómetros de vuelta a mi real realidad. Tocaba seguir esperando. Vivir lo que tenía. Dejar de soñar para poder seguir adelante.

Pero aún me permití un último "lujo".

Nos paró una comercial para vendernos algo, una tarjeta de un banco o algo así. Ni me fijé, la verdad. Nos preguntó si trabajábamos en España. Como por resorte y sin pensarlo, ambos dijimos que no. Pensé que ibas a dejar que yo hablara y cuando nos preguntó con pena (porque todos os vais, nos dijo) que dónde estábamos trabajando, respondí sin un atisbo de duda ni de vergüenza ni de temblor. Así: rotunda. Como si fuese verdad. Tú, a tu vez, dijiste también tu destino. Y fue una milésima de segundo pero te sorprendí mirándome extrañado.
Cuando pasamos sentí la necesidad de justificarme y te dije, con la boca pequeña, que tampoco era tan mentira.
Lo mío, no - dijiste.

Me sentí mal con aquella mujer por haberle mentido en algo tan nimio y de forma tan gratuita. Pero pensándolo en términos "psicológicos" simplemente proyecté en ella los malos sentimientos hacia mí misma, porque era a mí a quien estaba engañando como una forma de defensa. Porque sin soñar no sé vivir. Porque si no sueño no soy capaz de seguir esperando. Porque, simplemente, eso era lo que quería creer.

Subiste a tu avión. A ese que te llevaba a "mi" destino. A ése, que era otro más de los aviones que perdía.

Yo pagué la "tasa" por soñar en un aeropuerto (sólo 1.70€) y volví a casa.



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