domingo, 3 de agosto de 2014

PARÍS

París nunca fue una opción.


Recuerdo que la primera vez que fuí, en el 97, nada parecía estar a mi gusto: la torre Eiffel estaba oxidada, la gente era desagradable, los espacios comunes sucios, había que pagar por todo (hasta por ir al servicio!!!)... Y no era para nada la ciudad de la luz y el amor (patente sobre todo en el barrio donde me alojaba).

Desde entonces he vuelto muchas veces. Ya no llevo la cuenta.

En algún momento París pasó a ser una más de las geografías de mi vida: sitios familiares, recuerdos, tiendas habituales, paseos, mercados y recorridos en coche, librerías, saldos, restaurantes, turisteos, mundos ...



Y empecé a enamorarme de esta ciudad - mundo (como la describe Anne Hidalgo, su alcaldesa "gaditana"). A cada nuevo paso, a cada nuevo descubrimiento... se me iba metiendo dentro casi sin darme cuenta.

Es raro porque nunca había pasado por el proceso de enamorarme de un lugar concreto.
Me gusta (me encanta) mi ciudad, mis pueblos de origen, mi provincia, mi país... pero me gustan desde siempre porque así aprendí a hacerlo desde niña, como un hecho consumado que así debía ser. Nunca fue un proceso. Ni siquiera una opción. Simplemente era.

Y París se convirtió en una opción.

No sé si la elegí yo o ella me eligió a mí. Aunque creo que más bien fue lo primero. Ella se (me) resiste pero al final, acabaré por ganármela.


Adoro París, esa es la verdad. Sueño con París. Vivo París.

Pero sería incapaz de describir por qué. Tal vez porque es un puro contraste: la tranquilidad y la locura, una aventura constante y un profundo miedo, una oportunidad y/o un fracaso, el cielo y el infierno (para quienes no lo consiguen), la racionalidad y lo pasional, la opulencia y la pobreza, los edificios Haussmann y los bloques de HLM, sus mil caras, sus mil colores, sus quartiers que son como un viaje constante sin moverte del sitio...

Cada barrio es un micro-cosmos en el que nada es lo que parece y las sorpresas (buenas o malas) te aguardan tras cada esquina.

Es un conglomerado de pequeños mundos que, a pesar de su grandeza, son cómodos y manejables. No puedo decir que siempre sean accesibles, excepto si vas con la persona adecuada.



No es fácil París, no es nada fácil pero siempre te acoge, aunque a veces no te guarde.

Me siento cómoda allí. Quizá porque yo también soy un contraste, de un extremo a otro.


Volver es como volver a casa. Y es extraño porque nada tengo allí atándome, esperándome...excepto la propia ciudad y sus mundos.






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